Hijo del viento
Fue al Sur, en tierras donde el Guadalquivir se hace mar. Allí naciste, hijo del viento, tordo corcel de las marismas del Betis, forjado de la arcilla más tartésica y campera. Ya Plinio y Estrabón cantaron tus virtudes, equus ibérico de las conquistas junto al Senatus por la vieja Híspalis y por Itálica. Cuánto “aire de Roma andaluza” en tu armónica cabeza y en tu arrogante paso español, idéntico al andar de los “armaos” macarenos. Tú, que galopas por los prados de las dehesas, junto las besanas de las campiñas, desde que Hércules y Julio César edificaran y cercaran esta noble Ciudad. En tus ojos serenos se refleja la aristocracia de tu sangre, conservada durante siglos por los monjes cartujos. Noble bruto imperial, inmortalizado por el genial pincel de Velázquez. Potro de la luz, de largas crines de seda y dorso plateado por los rayos del sol, llevado hasta Viena para que brotara la raza lipizana. Tu fuerza y tu brío navegó desde la Torre del Oro hasta las fértiles tierras americanas. Y en los blancos cortijos del Bajo Al-andalus, en esas haciendas que se vislumbran desde la Giralda, se moldeó tu figura: las cuartillas redondas, los menudillos descarnados, los cascos lisos, el cuello arqueado de cisne, la grupa redonda. También tu suave boca. Tu corazón grande. El carácter, dulce, inocente y algo temeroso. La brisa te trajo el arte flamenco para la doma vaquera, la elegancia para la doma clásica, la docilidad para la alta escuela. De la brega con el ganado bravo surgió tu intuición torera; de tu alegría en libertad, el elevado trote que reluce y da vistosidad a los coches de caballos y a los enganches. Te dio nobleza el tiempo, y distinción, y buen temperamento para el paseo de una amazona o de un niño. Las escuelas de equitación te prefirieron para sus aires clásicos y aires altos, y así poder contemplarte en una espectacular corveta o en la impresionante estampa de una cabriola. Vienes de una tierra antigua. Tierra que quizás se creara para contemplarla desde tu montura, sobre el arzón de una silla. Por eso, durante estos días, eres el centro de todas las miradas. Por eso, Sevilla, además de su feria, te dedica un salón internacional, una cita para poder admirar tu majestuosa belleza. Por eso, en SICAB, sigue vivo tu esplendor, tu historia, tu embrujo y tu raza, hijo del viento, caballo español de Andalucía.
Fue al Sur, en tierras donde el Guadalquivir se hace mar. Allí naciste, hijo del viento, tordo corcel de las marismas del Betis, forjado de la arcilla más tartésica y campera. Ya Plinio y Estrabón cantaron tus virtudes, equus ibérico de las conquistas junto al Senatus por la vieja Híspalis y por Itálica. Cuánto “aire de Roma andaluza” en tu armónica cabeza y en tu arrogante paso español, idéntico al andar de los “armaos” macarenos. Tú, que galopas por los prados de las dehesas, junto las besanas de las campiñas, desde que Hércules y Julio César edificaran y cercaran esta noble Ciudad. En tus ojos serenos se refleja la aristocracia de tu sangre, conservada durante siglos por los monjes cartujos. Noble bruto imperial, inmortalizado por el genial pincel de Velázquez. Potro de la luz, de largas crines de seda y dorso plateado por los rayos del sol, llevado hasta Viena para que brotara la raza lipizana. Tu fuerza y tu brío navegó desde la Torre del Oro hasta las fértiles tierras americanas. Y en los blancos cortijos del Bajo Al-andalus, en esas haciendas que se vislumbran desde la Giralda, se moldeó tu figura: las cuartillas redondas, los menudillos descarnados, los cascos lisos, el cuello arqueado de cisne, la grupa redonda. También tu suave boca. Tu corazón grande. El carácter, dulce, inocente y algo temeroso. La brisa te trajo el arte flamenco para la doma vaquera, la elegancia para la doma clásica, la docilidad para la alta escuela. De la brega con el ganado bravo surgió tu intuición torera; de tu alegría en libertad, el elevado trote que reluce y da vistosidad a los coches de caballos y a los enganches. Te dio nobleza el tiempo, y distinción, y buen temperamento para el paseo de una amazona o de un niño. Las escuelas de equitación te prefirieron para sus aires clásicos y aires altos, y así poder contemplarte en una espectacular corveta o en la impresionante estampa de una cabriola. Vienes de una tierra antigua. Tierra que quizás se creara para contemplarla desde tu montura, sobre el arzón de una silla. Por eso, durante estos días, eres el centro de todas las miradas. Por eso, Sevilla, además de su feria, te dedica un salón internacional, una cita para poder admirar tu majestuosa belleza. Por eso, en SICAB, sigue vivo tu esplendor, tu historia, tu embrujo y tu raza, hijo del viento, caballo español de Andalucía.
(Por Rafael Peralta Revuelta. Publicado en el diario La Razón, 29 de noviembre de 2008.)
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